sábado, 27 de diciembre de 2008

NAVIDAD.2008


HOY EN LA CIUDAD DE BELEN .NOS HA NACIDO UN SALVADOR......EL MESIAS EL SEÑOR

miércoles, 17 de diciembre de 2008


Navidad en Greccio - Primera representación al vivo del nacimiento de Jesús

El Padre Francisco le dijo a su amigo, Juan Velita: "En Greccio, en la selva vecina se encuentra una gran caverna. Hazme el placer de llevar a ella en la noche de Navidad un buey y un asnillo, semejantes a los de Belén. Porque es mi última Navidad en la tierra y deseo ver en qué sencillez nació Cristo para salvar a los hombres y para salvarme a mi, pobre pecador...
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- A tus órdenes, Padre Francisco -respondió el señor Velita-. Todo se hará según tus deseos.

Besó la mano del santo y se marchó.

El hermano Pacífico los acompañaría con su laúd y el Padre Silvestre oficiaría la misa.

La víspera de Navidad, el señor Velita nos mandó decir que todo estaba dispuesto y que podíamos ir. A medianoche, nos pusimos en camino, acompañados de algunos hermanos, entre ellos, Bernardo, maese Pedro, Maseo y el Padre Silvestre. Pacífico caminaba junto a Francisco, llevando su laúd en bandolera.

El aire estaba helado y el cielo lucía una gran pureza. Las estrellas bajaban y casi rozaban la tierra. Cada uno de nosotros tenía una sobre la cabeza. Francisco caminaba como bailando. De pronto, se detuvo:
-"¡Hermanos, qué dicha, qué dicha inmensa acaba de ser conce­dida a los hombres! ¿Os dais cuenta de lo que veremos? ¡A Dios niño! ¡A la Virgen María amamantando a Dios! ¡A los ángeles del Cielo. Cantando el hosanna! Hermano Pacífico, te ruego que tomes tu laúd y cantes: "Y ella parió a su hijo pri­mogénito y ella lo amamantó y lo acostó en un pesebre".

FRANCISCO se inclinó y me dijo al oído:

No puedo contener mi alegría, hermano León. ¡Mira qué bien camino! Ya no siento dolor en los pies. Esta noche he soñado que la Virgen María deja­ba al Niño Divino en mis brazos

Los campesinos de las aldeas vecinas se habían reunido en la sel­va y sus antorchas iluminaban los árboles. La gruta estaba ya llena de gente. Francisco bajó la cabeza y entró, seguido de todos los herma­nos. En el fondo, cerca de la cuna llena de paja, había un asno y un buey que rumiaba tranquilamente.

El Padre Silvestre se detuvo ante la cuna divina, como ante un altar, y se puso a decir la misa.

Y cuando el Padre Silvestre, que leía el Evangelio, llegó al pasaje que dice: "Gloria a Dios en las alturas, paz en la tierra a los hombres de buena voluntad", una claridad azul iluminó la cuna y todos pudieron ver a Francisco inclinarse y después incorporarse con un recién na­cido en los brazos.

Los campesinos, trans­portados, gimieron blan­diendo sus antorchas. Nos arrojamos al suelo, deslumbra­dos por el milagro. Alcé la cabe­za y vi al niño tender sus brazos y acariciar las mejillas y la barba de Francisco, sonriendo y agitan­do sus pies menudos. Después Francisco lo alzó ante las antor­chas encendidas y gritó:

-"¡Hermanos, éste es el Salva­dor del mundo... !".

Entonces, en su exaltación, los campesinos se precipitaron sobre él para tocar al Niño. Pero en ese instante, la claridad azul se extin­guió, la cuna volvió a hundirse en la sombra y advertimos que Fran­cisco había desaparecido, lleván­dose al recién nacido.
Los campesinos se precipitaron afuera con sus luces y lo busca­ron en la selva. Pero fue en vano. El cielo empezaba a blanquear, la estrella de la mañana brillaba y bailaba en Oriente, solitaria. Ha­bía nacido el día.
Después encontré a Francisco en la puerta de su choza, con el rostro vuelto hacia Belén".

(De “El pobre de Asís”)